¿Por qué las "carnes" artificiales no buscan otro nombre? | Iruki

¿Por qué las «carnes» artificiales no buscan otro nombre?

¿Y porque no buscan otro nombre?

Mucho revuelo. Variados hilos en Internet y desasosegantes reportajes en telediarios con gente paseando en batas blancas, jeringas y probetas en las manos. No es ciencia-ficción. Parece que en breve, en nuestros platos y estómagos aterrizará la “carne” artificial. De entrada, una salvedad lingüística y semántica para dar al César lo que le corresponde. Según el diccionario de la RAE carne se define como “la parte muscular del cuerpo humano o animal”. Hay más entradas y más esclarecedoras: “carne comestible de vaca, ternero, cerdo, carnero, etcétera, y muy señaladamente la que se vende para el abasto común del pueblo”; “alimento consistente en todo o parte del cuerpo de un animal de la tierra o del aire, en contraposición a la comida de pescados y mariscos”. Desde Iruki, y volviendo al sagrado diccionario, se nos “abren las carnes” con este tema, esto es, nos estremecemos de terror. Sobre todo porque no se ha de mentar como carne lo que no realmente no lo es. Carne, sí, pero de pega, postiza. Y muchas dudas al respecto de su viabilidad y sabor.

AQUELLA FRANKENBURGER

La primera hamburguesa creada en laboratorio se cocinó en Maastricht (Holanda) y se comió en Londres en 2013. Los más guasones enseguida la bautizaron como Frankenburger, toda una declaración de amor. Costó 250.000 pavos. No duró mucho su recorrido comercial de lo que cara que salía elaborarla. Mark Post, el biólogo que la parió, luego fundó la empresa Mosa Meat, que ahora puede hacer una hamburguesa tramposa de 140 gramos… por la módica cifra de 500 euros. Como Post, ahora es un grupo de científicos británicos de la Universidad de Bath (Inglaterra) quienes se han marcado como misión producir chicha de laboratorio. Creada gracias a la ciencia más puntera (20.000 hebras de proteínas cultivadas a partir de células madre de músculos de dos vacas, aunque otro tiran de carne porcina), juran sus acólitos que en la carne artificial todo son nutrientes naturales y que no acarrea productos químicos, y sobre todo, es una fenomenal alternativa que refrenaría el impacto ecológico de la sobreproducción cárnica. Además, como en las películas, un aviso comunicaría que “ningún animal tuvo que ser sacrificado para la elaboración de esta hamburguesa”.

Los científicos combinaron la carne cultivada con otros ingredientes como sal, migas de pan, huevo y remolacha, por aquello de potenciar un color rojo inexistente. Ni rastro de grasa tampoco. Y los autores aseguran que habría que añadirle células de grasa y células conectivas para darle “un poco más de sabor”. De la textura, el aroma y la verdad ni hablamos.  Mal vamos… Hay quien busca como el santo grial ese “ingrediente mágico” ausente en el sabor de la carne impostora. Ese componente lo llaman hemo y vendría a ser una celda molecular de nitrógeno que rodea un átomo de hierro, lo que catalizaría la  la hemoglobina y otros compuestos para llenar las papilas gustativas de algo que podría saber, quizás, a carne. Y encima, estos sesudos expertos escudriñan maneras para crear chuletas y filetes utilizando tecnologías de impresión 3-D. Bienvenidos al solomillo cúbico o la T-Bone en forma pirámide. Los huesos podrían tomar el aspecto de palos perfectos para hacer ruido en la tamborrada de la Semana Grande.

MENESTRA DE VACA

Volviendo al sagrado diccionario, habría que buscar nuevos vocablos y acepciones para estas nuevas realidades que respetamos, como las “hamburguesas” de tofu, o los “filetes rusos” de lentejas y avena. Ya hay ¿huevos? hechos de proteínas vegetales. ¿Pero son huevos? A nadie se le ocurriría definir un txuletón como una “menestra de vaca”, dado que su configuración y engrasamiento carnal proviene de pastos y forrajes. Quizá en el apelativo lleve el pecado esta nueva vianda de laboratorio. Artificial… que no natural. También la llaman “limpia”, “in vitro”, “sintética” o “falsa”. ¿Estarían dispuestos los consumidores a aceptar de buen grado estos esquejes multiplicados en laboratorio, sin sol, sin pastos, sin lluvias ni pastores, sin campas donde desarrollarse? Aún hay margen temporal para más necesarios debates y para que se arroje luz sobre un asunto tan espinoso y poco claro, que afecta a ganaderos, carniceros y consumidores. No se espera que la carne cultivada en laboratorio esté disponible a gran escala hasta por lo menos 2025. Según un informe de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), la producción mundial de carne se duplicará en 50 años,  con la consiguiente presión sobre los recursos naturales. En eso estamos todos de acuerdo. La producción mundial de carne, y el consumo, es hoy cinco veces mayor que en los años sesenta del siglo pasado: de 70 millones de toneladas ha pasado a más de 330 millones en 2017, con una población que ha crecido de los 3.000 millones a los 7.600 millones actuales. Somos muchos, muchísimos. Y cada día con un hambre más y más voraz, pero las cosas por su nombre.

CARNE EN CÁPSULAS

En sus viajes cósmicos, los astronautas tragan sin degustar estupendas proteínas en comprimidos, jarabes, siropes, geles, cápsulas y pastillitas. En cada almuerzo, plácido y sideral, los cosmonautas no se refieren a su diminuto menú como cocido, marmitako o pavo del día de Acción de Gracias. Llega la carne de bata blanca, señores. No habrá pastores. No habrá rebaños. Todo será como Disneylandia. Un remanso de paz donde la muerte se esconde a las visitas.  ¿Qué echaremos a las brasas? ¿Cartón piedra sin alma? No negamos el progreso ni la vanguardia, pero vayan buscando, señores lingüistas, un anglicismo correcto para estos pseudomagros de pega.

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