¿Y porque no buscan otro nombre?
AQUELLA FRANKENBURGER
La primera hamburguesa creada en laboratorio se cocinó en Maastricht (Holanda) y se comió en Londres en 2013. Los más guasones enseguida la bautizaron como Frankenburger, toda una declaración de amor. Costó 250.000 pavos. No duró mucho su recorrido comercial de lo que cara que salía elaborarla. Mark Post, el biólogo que la parió, luego fundó la empresa Mosa Meat, que ahora puede hacer una hamburguesa tramposa de 140 gramos… por la módica cifra de 500 euros. Como Post, ahora es un grupo de científicos británicos de la Universidad de Bath (Inglaterra) quienes se han marcado como misión producir chicha de laboratorio. Creada gracias a la ciencia más puntera (20.000 hebras de proteínas cultivadas a partir de células madre de músculos de dos vacas, aunque otro tiran de carne porcina), juran sus acólitos que en la carne artificial todo son nutrientes naturales y que no acarrea productos químicos, y sobre todo, es una fenomenal alternativa que refrenaría el impacto ecológico de la sobreproducción cárnica. Además, como en las películas, un aviso comunicaría que “ningún animal tuvo que ser sacrificado para la elaboración de esta hamburguesa”.
MENESTRA DE VACA
Volviendo al sa
CARNE EN CÁPSULAS
En sus viajes cósmicos, los astronautas tragan sin degustar estupendas proteínas en comprimidos, jarabes, siropes, geles, cápsulas y pastillitas. En cada almuerzo, plácido y sideral, los cosmonautas no se refieren a su diminuto menú como cocido, marmitako o pavo del día de Acción de Gracias. Llega la carne de bata blanca, señores. No habrá pastores. No habrá rebaños. Todo será como Disneylandia. Un remanso de paz donde la muerte se esconde a las visitas. ¿Qué echaremos a las brasas? ¿Cartón piedra sin alma? No negamos el progreso ni la vanguardia, pero vayan buscando, señores lingüistas, un anglicismo correcto para estos pseudomagros de pega.